El poder en un vestuario, como en la política, se ejerce o se pierde. Y en Boca, donde las jerarquías se miden tanto por títulos como por carácter, estar afuera de la consideración es una condena sin matices. Marcelo Saracchi y Cristian Lema lo saben: hace semanas entrenan lejos del plantel profesional, apartados, con las miradas de reojo de los que aún juegan.
En ese contexto, la salida parecía cantada. Era lo lógico, lo que dictaba el manual no escrito del fútbol: si no jugás, buscás otro destino. Así lo hizo Marcos Rojo, que en un movimiento que sacudió el mercado, dejó el club para irse a Racing. Pero la historia del lateral izquierdo uruguayo y el central tomó un giro inesperado.
Porque el fútbol, como el poder, también se rige por plazos y reglamentos. Y el caso Rojo fue una señal de alerta: por una norma de la AFA, cualquier futbolista libre que firme después del 24 de julio no puede jugar el Torneo Clausura. Rojo se fue en agosto y quedó atado a la Copa Libertadores y a la Copa Argentina, pero sin liga local. Un vacío que ni él ni Racing podrán llenar hasta fin de año.

La decisión de Lema y Saracchi
Saracchi y Lema, con contratos largos y sin apuro, entendieron que irse ahora sería pegarse un tiro en el pie. Decidieron quedarse. Entrenar aparte, esperar, resistir… y cobrar mensualmente como vienen haciendo, claramente. Es una jugada fría, calculada, que descoloca al Consejo de Fútbol y al propio Miguel Ángel Russo, que no los tendrá en cuenta pero deberá convivir con ellos hasta diciembre.
En la intimidad del club, algunos lo ven como un desafío de autoridad, otros como un movimiento lógico de supervivencia. Pero todos coinciden en algo: en Boca, cuando el poder no se ejerce, alguien más ocupa ese espacio. Y en este caso, lo hicieron dos jugadores que, para muchos, ya estaban fuera del mapa.